El 23 de mayo de 1909 se estrenó La Revolución de Mayo, considerada la primera película narrativa argentina.
El 28 de diciembre de 1895, en el Salón Indio del Grand Café de París, los hermanos Auguste y Louis Lumière proyectaron públicamente por primera vez imágenes en movimiento registradas con su invento: el cinematógrafo. Ese aparato, que podía grabar, reproducir y proyectar imágenes, marcó el nacimiento del cine como espectáculo, como entretenimiento de multitudes, además de que se inauguró una nueva forma de pensar el tiempo, la representación y la memoria.

Esa primera función, compuesta de llamadas «vistas», que eran escenas de la vida cotidiana, como la salida de los obreros de una fábrica o la llegada de un tren (que hizo huir de sus sillas a muchos espectadores), causó una revolución cultural que, tan sólo en cuestión de meses, se extendió por todo el mundo. Cabe mencionar que, como cualquier invento, la creación del cine fue parte de un proceso que se daba casi al mismo tiempo en diferentes partes del mundo. Muchos inventores a lo largo del globo compartían la obsesión por imprimir imágenes en movimiento hacía ya tiempo, a través de diferentes juguetes ópticos, el kinetoscopio de Thomas Alva Edison o el Bioscope de Max Skladanowsky, sólo por mencionar algunos.
Los hermanos franceses, lejos de construir una red de salas de cine propia, llevaron a cabo la expansión del cinematógrafo a través de un sistema de concesiones comerciales. Empresarios, operadores y representantes recibían licencias para utilizar el cinematógrafo en distintas regiones del planeta.

A cambio, adquirían los aparatos y las películas filmadas por la casa matriz en Lyon, y explotaban de forma exclusiva su uso en zonas determinadas. Este modelo, lucrativo y descentralizado, funcionó como catalizador de una primera globalización audiovisual: en menos de un año, el cinematógrafo había llegado a América del Sur. En 1896, el cinematógrafo ya se exhibía en Uruguay y Argentina, aunque entre juicios, desplazamientos de operadores y conflictos contractuales. Algunas fuentes manifiestan que uno de los primeros en llegar a proyectar en nuestro país fue CharlesÉtienne, quien proyectó películas primero en Montevideo (Uruguay) y finalmente en Rosario, Santa Fe.

Pero la historia oficial nos presenta a Federico Figner, un empresario checo-norteamericano vinculado a Edison. Figner introdujo en Buenos Aires el vitascopio en 1896. Éste ya había recorrido la región exhibiendo fonógrafos y kinetoscopios, y también realizó algunas de las primeras filmaciones del país, hoy perdidas (como mucho del material cinematográfico de esa época), luego proyectadas en el Teatro Odeón, siendo considerada por muchos historiadores como la primera proyección de cine en Argentina.

Por años se consideró que el cortometraje La bandera argentina (1897), de Eugène Py, era la primera película nacional, aunque cada vez cobra más fuerza la hipótesis de que Figner haya filmado en el país incluso antes, con vistas de las calles de Buenos Aires.

La figura de Py, no obstante, termina siendo central en la historia del 7mo arte en nuestro país. Francés afincado en BuenosAires, fue uno de los primeros en desarrollar una producción sostenida. Py era empleado de Enrique Lepage, dueño de una casa de artículos fotográficos, por lo que tenía acceso a aparatos cinematográficos y material fílmico. Py filmó registros institucionales como Operaciones del Doctor Posadas (1899) y el que se considera el primer noticiero profesional argentino: El viaje del Dr. Campos Salles a Buenos Aires (1900).

Otros pioneros de esta etapa fueron Eugenio Cardini, autor de diversas vistas de Buenos Aires; y Max Glücksmann, de origen austríaco, quien impulsó tanto la producción como la distribución y exhibición de películas en el país. Esta primera camada de cineastas, mayormente inmigrantes europeos, fue fundamental para el desarrollo inicial del medio.
Hacia principios del siglo XX, en nuestro país se empiezan a realizar las primeras películas narrativas. El inmigrante italiano Mario Gallo filma El Fusilamiento de Dorrego (1908) y La Revolución de Mayo (1909), considerada la primera película de ficción argentina. Inspirada en la primera junta de gobierno y ambientada con decorados y vestuarios de la época, su estreno fue el 23 de mayo, razón por la cual el día de hoy se celebra el Día del Cine Nacional. Esta cuestión de la construcción de la identidad nacional, de la representación de hechos históricos del pasado (también como del presente), va a ser una constante en la evolución de nuestro cine. Es difícil pensar el cine argentino sin tener en cuenta los procesos históricos que atraviesan o atravesaron a la Argentina. El cine siempre estuvo ahí para representarlos y reflexionar sobre ellos.
En el nordesteargentino, y en particular en el Chaco, ya en 1904, la Fábrica de Tanino de Puerto Tirol contaba con una sala de proyección dentro de su hotel, y en 1922 se filmó allí una película que documenta la vida en la zona. Más adelante, en 1956, se realizó una película sonora sobre la industria forestal del quebracho y el cuero, reflejo de la identidad productiva regional. Uno de los grandes pioneros del cine chaqueño fue Jorge Castillo, cuya labor como coleccionista y difusor dejó una huella imborrable. Fallecido el año pasado, hoy su casa sigue funcionando el Centro Cultural Castillo, donde se realizan funciones y se conserva su colección de películas, cámaras y proyectores, funcionando como un pequeño pero valiosísimo museo del cine.

De a poco se fue consolidando un lenguaje propio, muchas veces apoyándose en el naturalismo literario, el romanticismo y elementos de la cultura popular, como el tango y el melodrama. Amalia (1914), dirigida por Enrique García Velloso, adaptó una novela emblemática de la literatura romántica argentina, mientras que Nobleza gaucha (1915) fue un éxito tan rotundo que permitió construir el primer estudio del país. Nobleza gaucha fue el primer film en representar al gaucho, al criollo, y en este se vislumbran temas sociales relacionados a la opresión de clases.

Argentina en estos años se caracterizó por ser un país con alta producción femenina en lo que fueron los inicios del cine. Pero (a mi entender), a causa de material fílmico perdido, la historiografía argentina decidió relegar a estas figuras y sus obras.

Desde una óptica femenina, pioneras como Ángela García Mansilla y Emilia Saleny reflejaron el rol de la mujer en la sociedad. GarcíaMansilla dirigió Un romance argentino, el primer largometraje de ficción realizado por una mujer (que lamentablemente hoy se ha perdido); y entre 1918 y 1919, Emilia Saleny, pionera directora y actriz, filmó El pañuelo de Clarita, un melodrama de media hora ambientado en un conventillo, y representó a sectores populares, en un contexto marcado por la creciente inmigración en Argentina y la Primera Guerra Mundial. Además, Saleny fue la primera persona en brindar enseñanzas cinematográficas en el país, como también actores.
Incluso el cine de animación tuvo un capítulo fundacional en esta etapa: en 1917, Quirino Cristiani estrenó El Apóstol, considerado el primer largometraje animado de la historia (20 años antes de Blancanieves, de WaltDisney, que se considera el primer largometraje animado) Se trataba de una sátira sobre la figura del presidente HipólitoYrigoyen. Aunque hoy lamentablemente está perdido, su existencia da cuenta del nivel técnico alcanzado en el país ya en las primeras décadas del siglo XX.

La identidad del cine argentino comenzó a formarse entre diferentes márgenes: entre la mirada extranjera de los inmigrantes y la mirada criolla de quienes lo fundaron, acompañada de la necesidad local de narrar nuestras propias historias y construir una identidad nacional. La mirada nostálgica hacia el pasado, el melodrama urbano, los tangos, el criollismo, la situación inmigrante fueron algunos de los símbolos y temas que marcaron este primer cine pero que, desde entonces, recorrerán la vasta cinematografía nacional.
Por Leonel Vidaurre